LAS BICICLETAS DE ROSARIO. PARTE I


Cuando llegó al punto de encuentro ya sabía que lo andaban siguiendo. Se bajó de su vieja bicicleta y con cuidado, despacio, la amarró a un árbol cercano. Pareció dudar un segundo. Pasó su mano por el sillín aún caliente en una leve caricia, y se dirigió hacia donde lo estaba esperando Fernando, un compañero suyo de la disidencia. Se acercó con la cabeza baja, como escondida bajo su gorra, sin mirarle, con las manos moviéndose dentro de los bolsillos, y cuando llegó a su altura, simplemente, siguió caminando calle abajo, sin pararse ni saludarlo tan siquiera.

En aquel momento, Fernando no comprendió lo que acababa de ocurrir. Por la noche, volvió al lugar de encuentro. Y la noche siguiente, y a la siguiente. Y la vieja bicicleta de su amigo “Cachilo” seguía atada al mismo árbol, sola y vacía. Y empezó a comprender.


Pero no fue hasta casi 30 años después que Fernando supo expresar lo que había sentido. Y lo hizo pintando bicicletas vacías en las paredes de la ciudad. Concretamente 350 bicicletas, por los 350 estudiantes de la Universidad de Rosario que fueron desaparecidos por la dictadura militar argentina. La primera que pintó fue la de “Cachilo”, como agradecimiento por no haberle delatado con su saludo aquella tarde tan lejana, y a la vez tan cercana. 


                                                                                                              (Wilson, para vos)



La Mujer del Tiempo.


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